sábado, 10 de febrero de 2007

¡Ahora o nunca!

¡Cuántas veces se dejan pasar oportunidades de conocer mejor a alguien y luego se arrepiente uno! Sobre todo con alguien con el que se dan vibraciones especiales. Gente que se conoce en una reunión o que coincide con nosotros temporalmente en alguna actividad y con quien podemos intercambiar algunas palabras, o pasar todo un día y que nos hace sentir que no es como los demás, y que quizás podríamos establecer una relación de amistad o algo más. Pero ¡ay! no hacemos nada y luego su recuerdo nos está martilleando durante días y creándonos sentimientos de frustración, por no haber actuado. Sobre todo si es difícil de volver a localizarle, o ya no se tiene un pretexto para verle.
Es verdad que recibimos mucha información inconsciente de las otras personas, en forma de gestos, miradas, comportamientos... Siendo curiosas la cantidad de similitudes que se pueden encontrar con un desconocido que nos atrae. (Y no me refiero por un físico atractivo) Similitudes en lo que atañe a historias familiares vividas, o necesidades profundas. Este fenómeno es universal, y hace que las personas simpaticen por sus necesidades o complementariedades psicológicas inconscientes.
La cosa es que cuanto más nos gusta alguien, o nos llama la atención, más inseguridad puede producir, y uno se inhibe, o se paraliza. Se nos congelan las palabras en la boca, cuando estaríamos deseando decirle montones de cosas: aunque sólo fuese nuestro deseo de conocerle mejor, y volver a quedar.
No actuamos y es mejor hacerlo y despejar dudas futuras ¿Por qué no atreverse? ¿qué puede pasar? ¿qué nos rechace? ¿que nos evite? Podría ser, pero si hemos interpretado bien los signos mutuos de simpatía, sería lo más improbable.
Igual lo que da miedo es que sentimos que esa persona pueda ser especial y eso nos paraliza, pues empezamos a imaginar un futuro con ella, y sentimos que arriesgamos a perder a alguien que ya nos parece importante. Sentimos miedo por anticipado. Nos precipitamos, pensado en lo que no va a funcionar o en que no le vamos a gustar, cuando ni le hemos empezado a conocer. Cuando lo que está pasando sólo ocurre en nuestra cabeza.
Debemos entablar el diálogo, pensando que si hubo miradas o simpatía el peso del encuentro no es solo nuestro. El otro está ahí, y parece que tiene interés. Ya hará lo que le corresponda. Abrimos un mundo de posibilidades, que no tienen por qué ser negativas, y si lo fueran es cuestión de poner el límite donde nos convenga. Siempre podemos decir NO. ¿Por qué reprimirse?

Febrero 2003
(publicado en Zero 45)

No hay comentarios: