jueves, 1 de febrero de 2007

Transterrados

Para muchos gays el hecho de sentirse diferentes y encontrar rechazo en el ambiente que les rodea, les lleva a un exilio interior. Uno se siente “situado en el lado opuesto” (significado del prefijo “trans-“), desterrado del Paraíso. Teniendo que buscar un nuevo lugar donde vivir y a donde pertenecer. Un espacio más libre, donde poner a prueba las dudas y la confusión sobre si se es homosexual o no. Donde poder expresarse espontáneamente, donde encontrar modelos que encajen con uno.
Es muy frecuente entre los gays que se de el paso de emigrar como una fase necesaria en el proceso de adquirir una identidad. Para muchos es una cuestión de supervivencia psíquica. Aunque implique empezar desde cero. Normalmente del pueblo a la ciudad, no siendo raro el cambio de pandilla, de barrio, de ciudad o incluso de país.
Se huye de las dificultades de relación que implica ser gay en un ambiente que se considera hostil, para ir a otro ambiente en el que, de entrada, uno está solo. Ese nuevo entorno rompe con las antiguas relaciones familiares, de vecindad, de ayuda y afecto. Por eso hay que establecer nuevas redes de relación y ayuda mutua. Así se crean núcleos de emigración en las grandes ciudades, que favorecen la formación de guetos, para formar lazos con los semejantes; como espacios de socialización, de encuentro, de solidaridad.
El periodo de adaptación implica momentos que pueden ser vividos como de gran aislamiento, y para algunos la salida fácil puede ser enamorarse sin discriminar bien, o establecer relaciones que luego pueden ser vividas como una carga, pues no se pudo elegir adecuadamente, por la urgencia de encontrarse con un grupo o personas de apoyo.
Esta lucha contra la soledad puede derivar en la adopción de roles, de estereotipos en el vestir, para encontrarse unido cuanto antes a ese grupo de pertenencia. Estos roles y apariencias podrán variar hasta que uno encuentre su propio camino. Pero no es raro ver cierta homogeneidad en los barrios-gueto homosexuales de las grandes ciudades, por esta necesidad gregaria, de sentirse protegidos. De pertenencia a algún lugar.
Para algunos la emigración puede ser transitoria, hasta afianzarse la propia identidad. Dándose luego un intento de volver al “Paraíso perdido”. La vuelta puede ser vivida como un desengaño, pues la ciudad o pueblo de origen, los amigos antiguos, la familia que se organizo sin el ausente, aparecen pobres, oscuros y faltos de libertad. Y esa “normalidad” deseada se descubre imposible. Uno queda definitivamente “en el lado opuesto”. Queda transterrado.

Enero 2003
Publicado en Zero 49

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