Cuando nos aproximamos a las fiestas de Navidad y Fin de año, muchas personas entran en un estado de ánimo desalentador y triste. Se les hace un mundo pensar en lo que se les viene encima. Y se les exacerba su estado al ver las calles iluminadas, el gentío en las zonas de compras, las preparaciones navideñas, los recuerdos en la televisión en forma de anuncios o películas...
Las causas de este cambio en su ánimo pueden ser muchas, así como los factores que influyen.
En primer lugar está la supuesta felicidad obligatoria que hay que sentir estos días, y que implica visitar a la familia, y gastar compulsivamente. Se suceden las comidas de empresa, la salida a comprar regalos, la participación en fiestas organizadas, la realización de algún viaje...Todo esto con un ritmo frenético y agotador, que impiden encontrarse con la realidad de uno mismo. Lo que aliena y causa sensación de ser invadido por la realidad circundante que se empeña en llevarnos en volandas como a un pelele.
Para muchos las navidades es el recordatorio de la lejanía familiar, pero lejanía irremediable, por lo que implica el saber que no te aceptan como gay o lesbiana, y que estar con ellos incluye tensión, reproches velados por ser diferente, incomprensión, frialdad o la imposibilidad de incluir a nuestra pareja en la familia.
Para otros es el momento de echar de menos a algún familiar querido o a la propia pareja que se perdió por separación o muerte. En estas fechas se reactivan los sentimientos de duelo, lo que no invita precisamente a estar alegres y festivos. Sentimos el paso del tiempo de forma irremediable: una Navidad más. Eso de que sean fiestas tan “señaladas”, hace que no podamos hurtarnos a ellas. Puedo no celebrar mi cumpleaños, pero no puedo entrar en un agujero negro a mitad de Diciembre y salir el 10 de Enero.
También es momento de hacer balance del año, y eso nos enfrenta a nuestros fracasos, a las oportunidades perdidas, la pareja no encontrada, a la falta de un trabajo adecuado, a los proyectos venidos abajo. Esto lo sabemos todos con la tendencia a los buenos propósitos de principios de año (adelgazar, hacer deporte, llevar contabilidad, empezar un curso de inglés).
Con este ánimo depresivo, muchos ven que todo a su alrededor es pura hipocresía. ¿Qué sentido tiene que nos felicitemos, que la gente aparente tanta bondad y cariño con los otros, cuando el resto del año lo que se vive alrededor es un vacío afectivo?
Y encima hay que gastar y dañar nuestra economía, por encima de nuestros deseos y posibilidades.
¿Algún consejo? La cosa es difícil, pero si te ves así, lo mejor es no favorecer los pensamientos negativos y pesimistas y procurar tener encuentros “verdaderos” con la gente. No desvalorizarse por no tener ánimo para entrar en la vorágine externa. Luchar contra el sentimiento de exclusión por no querer o no poder gastar tanto o presumir de ir a una fiesta fantástica. Lo importante es hacer lo que te pide tu interior y si el sentimiento de soledad se acentúa, compartir estos momentos con amigos verdaderos, que puedan entender que no estás para festejos, pero sí para la relación sosegada.
Quizás volcarse hacia otros de forma generosa, participando de voluntario en alguna ONG, o acordándose de personas que nos necesiten. Pues este ánimo depresivo lleva a un ensimismamiento, que hace olvidarse de los demás. Uno no es el único que sufre, o lo pasa mal. Quizás sea el momento de poner un granito de arena para que la vida sea mejor para alguien más que para uno mismo.
Si se tienen fuerzas.
Diciembre 2003
Zero 58
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