Entrevista publicada hoy en el Diario de Sevilla .
josé ignacio díaz carvajal. Médico psicoterapeuta
"Se pierde mucho el tiempo en dar en las redes una falsa imagen de felicidad"
Psicoanalista en el sentido menos clásico
de la palabra que incorpora a sus terapias técnicas de meditación, cree
que uno de los principales problemas del hombre actual es la falta de
amistad
Luis Sánchez-Moliní | Actualizado 12.10.2014 - 10:47
La consulta de José Ignacio Díaz Carvajal es una habitación
amplia y con pocos muebles. Al plumilla le llama la atención la ausencia
de un diván, el mueble totémico de los psicoanalistas clásicos. Está
claro, y la conversación lo confirmará, que no está pisando territorio
freudiano clásico. Respiración, meditación, introspección, fomento de la
amistad... Las recetas de este médico que se dedicó al psicoanálisis
por pura vocación están muy lejos de los tópicos y lugares comunes que
acompañan a los hijos de Freud. A los pocos minutos de la charla, el
plumilla empieza a sentir con envidia que Díaz Carvajal tiene el don de
la tranquilidad, ese atributo que no habita en las redacciones de los
periódicos ni en la mayoría de las oficinas de la ciudad. Como si fuese
un maestro sufí o un monje cartujo, el psicoanalista desprende una
especie de paz, un dominio de sus neuronas, una armonía que no tiene
nada que ver con subproductos 'new age' y sí con el conocimiento de
técnicas que evidencian que el alma, como si fuese un músculo, se puede
ejercitar (ya lo dijo hace siglos, aunque con otros objetivos, el de
Loyola). Médico que reivindica el antiguo carácter humanista de su
profesión, hoy excesivamente especializada, presume de haber sido un
habilidoso pianista aficionado, y muestra con orgullo su colección de
arte contemporáneo y de miniaturas de los siglos XVIII y XIX.
-Precisamente
anoche tuve una pesadilla un tanto siniestra. ¿Por qué generamos esos
monstruos nocturnos? ¿Con qué materiales? Recuerdo que, en uno de sus
últimos poemas, Fernando Ortiz hablaba de "fantasmas mal barajados"?
-El
sueño es un tipo de pensamiento diferente al diurno, pero es un
pensamiento. Lo creamos dormidos con elementos oníricos, imágenes y
sensaciones que forman una situación parecida a una película en la que
uno observa y, al mismo tiempo, participa. Su lógica es totalmente
diferente a la diurna, de ahí esos sueños en los que aparece nuestro
padre, pero con la cara de nuestro primo, pero que en el fondo somos
nosotros mismos... Soñamos para poder elaborar las preocupaciones
diurnas y a los psicoanalistas esto nos sirve para elaborar una
radiografía mental. Los sueños nos dan muchas pistas sobre las
preocupaciones y conflictos de la persona a la que tratamos. También dan
ideas para posibles soluciones.
-Los sueños son como esas esculturas asirias con cuerpo de toro, alas de águila, cabeza de hombre...
-Exacto,
ese fenómeno se llama condensación. Es decir, condensamos en una
determinada imagen diferentes elementos de la realidad para, entre otras
cosas, disfrazarla y poder elaborar nuestras preocupaciones. Las
pesadillas nos permiten descargar angustias, porque el soñante siempre
sabe que está soñando. Realmente, lo que importa no es tanto el sueño
que se ha tenido sino lo que uno piensa sobre el mismo.
-Durante
mucho tiempo, incluso hoy en día, al sueño se le ha atribuido una
cualidad profética... Me temo que esta idea es tan hermosamente
literaria como falsa.
-Sí, es falsa. Tampoco son muy
creíbles esos diccionarios de sueños que explican su simbolismo. Los
sueños son específicos de cada persona y su simbología no puede ser
nunca estándar ni universal.
-Hablando de psicoanálisis
y de la interpretación de los sueños es inevitable que salga la figura
de Sigmund Freud, uno de los grandes forjadores de la cultura
contemporánea, pero también una figura muy puesta en cuestión. ¿Qué
queda de Freud?
-Queda mucho. Él puso las bases
fundamentales para el trabajo con el inconsciente, las emociones y la
psicología en general. Muchos de los elementos aportados por Freud ya
son absolutamente normales en la cultura, en la sociedad y en el trabajo
clínico. Lo que pasó en España es que, después de la Guerra Civil,
desaparecieron los psicoanalistas pioneros y se produjo un páramo hasta
recientemente. Incluso en las facultades de Psicología, el psicoanálisis
ha estado denostado y siempre hemos cargado con el rechazo del
establishment psiquiátrico y psicológico.
-En psicología hay muchas escuelas y tendencias. ¿Son decisivas a la hora de garantizar el éxito de una terapia?
-Más
allá de la corriente psicológica que cada uno siga, lo importante en la
eficacia de una terapia es el vínculo que se establece entre el
paciente y el terapeuta, así como otros elementos humanos y sociales que
se establecen alrededor de la psicoterapia.
-Es un
dicho muy común el que, más eficaz que ir al psiquiatra, es tomarse una
copa con un amigo. ¿Cuál es la diferencia que marca el psicoterapeuta?
-Bueno, hay personas que tienen patologías verdaderamente graves que hay que conocer, saber tratarlas y reconducirlas.
-Dígame alguna tendencia a la última.
-Ahora mismo está de moda una técnica que se llama
atención plena,
que hunde sus raíces en la meditación oriental. Gracias a estas
técnicas se consiguen eliminar pensamientos obsesivos, mejorar las
situaciones de ansiedad, disminuir la depresión. Me gusta ser muy
ecléctico en mis terapias, no quedarme en el psicoanálisis clásico,
tomar ideas de otras corrientes y otras disciplinas. Para mí hay temas
fundamentales, como la amistad. Las personas hoy en día están muy solas
y, a pesar de la hipercomunicación, la sociedad está favoreciendo un
aislamiento tremendo. Es muy importante enseñar a las personas a buscar
amistades verdaderas, porque el amigo permanecerá, pero el
psicoterapeuta no.
-Vivimos en una sociedad en la que se
han alcanzado razonables cuotas de bienestar y libertad. Sin embargo,
paradójicamente, el hombre contemporáneo vive sumido en un mar de
angustias. ¿Qué es lo que pasa?
-Antiguamente, el
sentido de la vida lo marcaba una religión, una tradición, unos
valores... Sin embargo, ahora vivimos en una época de absoluta
incertidumbre. Por ejemplo, antes estudiabas Arquitectura o Medicina y
sabías que ibas a ganar mucho dinero, pero ahora puedes terminar
trabajando de camarero: ¿qué certidumbre hay? Buscamos muchas
seguridades externas (la familia, la iglesia, la política...) que ya
nunca volverán. Por eso es muy importante encontrarse con uno mismo,
buscar en el interior, tomar contacto con nuestras propias emociones e
ideas y luego construir relaciones verdaderas con los demás. El problema
de internet y las redes sociales es que hay muchas comunicaciones que
no son auténticas, sino banales, superficiales, narcisistas... Estamos
en una sociedad en la que parece que lo más importante es hacer
marketing de uno mismo, salir en el Facebook, Instagram, etcétera. En
estos lugares de la red, las personas tienen que perder una gran
cantidad de tiempo para dar una imagen permanente y falsa de felicidad y
bienestar.
-En el pensamiento contemporáneo hay unas
corrientes que llegan a negar el sujeto y afirman que las personas somos
como constelaciones de yoes. ¿Qué opina usted de esto, somos uno o somos varios?
-Hay
muchas teorías. Pienso que existe un centro, por así llamarlo, pero
también diferentes aspectos de la personalidad que pueden estar más o
menos integrados con ese centro. ¿Somos múltiples? Se puede decir así.
Desde luego, somos polifacéticos, seres con muchas caras. Usted no es el
mismo como profesional que como padre. Pero no creo que seamos varios,
pues estaríamos divididos en muchos
yoes. Podemos decir que somos como un sistema planetario.
-Los traumas... ¿Hasta qué punto nos determina la infancia?
-Absolutamente.
El cerebro se va modificando desde que nacemos. La inmadurez del bebé
es absoluta y a través del apego y del vínculo con los padres se va
construyendo su cerebro y sus capacidades, de tal forma que se llega a
decir que los hijos adoptivos son biológicos porque su cerebro se ha
conformado en la relación con los padres de adopción. Los traumas son
las situaciones dolorosas para los que uno no está preparado, y en la
infancia dejan una huella profunda que se puede traducir en el futuro en
trastornos como el alcoholismo o la drogadicción.
-¿Y se pueden superar?
-Sí.
Últimamente se trabaja mucho un concepto que se llama la resiliencia,
que es la capacidad que tiene el ser humano para, a pesar de los
traumas, poder reconstruirse y tener una vida buena, bonita y de éxito.
Es un tema fascinante, porque da esperanza. En general, en las últimas
dos décadas se ha puesto de moda la psicología de la felicidad, aquella
que se preocupa porque la gente potencie sus capacidades más que por
curar enfermedades. Es verdad que, en el último siglo, todos los
aspectos psicológicos se han medicalizado mucho y se han dejado en manos
de los psicólogos y los psiquiatras, pero la realidad mental es siempre
más compleja que una enfermedad de hígado y tiene que ver con la
cultura, la sociedad, con las relaciones, con lo humano... Muchas veces
la gente pide una pastilla que acabe con unos problemas que tienen
ramificaciones que jamás desaparecerán con un fármaco. No hay pastillas
que curen las enfermedades mentales.
-Ahora se habla mucho del abuso de los psicofármacos, pero ¿por qué no usar muletas si estamos cojos?
-Es
verdad que la gente demanda pastillas para poder dormir, poder calmar
la ansiedad... Hay que tener en cuenta que son fármacos paliativos, no
curativos, que se pueden tomar mientras dura una terapia, pero que por
sí solos no van a solucionar nada. Además, hay que avisar de que tienen
problemas de adicción, efectos secundarios, contraindicaciones...
Volvemos a lo de antes: hay otras técnicas, como la relajación, la
conversación... Uno de nuestros problemas es que no sabemos escuchar.
Hoy en día, todo el mundo emite mensajes en internet, pero nadie
escucha.
-¿Qué más problemas tiene esta sociedad?
-Vivimos
en una sociedad que no duerme. Nosotros ya estamos perdidos, pero los
niños y los adolescentes no duermen las nueve o diez horas al día que
deberían. Lo de los móviles y las
tablets ha agravado el
problema. Esto les condicionará toda la vida futura y hay patologías,
como la hipertensión, que están relacionados con la falta de sueño.
-Ya
ha salido la palabra felicidad, un territorio un tanto resbaladizo. Lo
normal es que se diga que no existe, que se pueden alcanzar momentos
felices pero no la Felicidad en mayúscula. ¿Qué opina usted?
-Se
puede ser muy feliz. Eso sí, es importante que la vida tenga un sentido
en el día a día, aunque nuestra actividad de la jornada sea fregar. Hay
que vivir con intensidad la realidad presente. No somos felices porque
siempre pasamos de una cosa a la siguiente sin pararnos en la que
realmente estamos. Si yo estoy hablando ahora con usted y ya estoy
pensando en la reunión que tengo después, he perdido la posibilidad de
disfrutar del momento, aunque lo que compartamos sea triste... Esa
experiencia de saber que uno está conectado con otro y que está
compartiendo la vida produce felicidad.
-Esa falta de vivir el momento, esa negación del carpe diem, está muy relacionada con la ansiedad en la que vive instalado el hombre contemporáneo.
-Efectivamente, por eso hay que pararse, respirar hondo, centrarse en uno mismo... La ansiedad es no saber pararse.
-Sigamos
con otra gran palabra: el mal. En los tiempos actuales, cuando surge
algún crimen escabroso, se tiende a atribuir el mismo a alguna patología
mental del criminal, como si ya no existiese el mal, sino sólo locos.
-El
mal existe en la medida en que existe la responsabilidad y la libertad
humana. Si yo soy responsable de mis actos y si yo elijo perjudicar a
alguien conscientemente estoy ejerciendo el mal. Es verdad que hay
algunos locos, muy pocos, que cometen crímenes, pero la gran mayoría de
esos asesinatos los perpetran personas muy cuerdas. Ahí están, por
ejemplo, las decapitaciones de Iraq.
-En Grecia, los locos eran considerados como personas tocadas por los dioses. ¿Hay algo de verdad en eso?
-Sí,
algunos locos tienen algo especial, una capacidad de captar las
intenciones y el inconsciente de los demás. Quizás por su descomposición
mental tienen una sensibilidad que no tenemos los que simplemente
estamos un poco neuróticos.
-¿Todos estamos neuróticos?
-Sí,
todos tenemos represiones y contenciones, porque sería imposible vivir
dando vía libre a toda nuestra impulsividad... Nos llevaría a matarnos
los unos a los otros.
-No querría concluir esta
entrevista sin sacar el tema de la adopción, uno de los temas en los que
usted está especializado. ¿Es un camino que, a veces, se emprende con
frivolidad?
-Hay de todo. La paternidad o la
maternidad, en general, se vive según la cultura del momento y ahora se
idealiza mucho lo que es tener un hijo, es algo sobrevalorado. Lo que un
padre se encuentra cuando adopta suele ser más duro de lo que se
esperaba, porque el niño ya llega con una serie de traumas producidos
por el abandono, los abusos, etcétera. Y hay que formar una familia
terapéutica. Hay que asesorar muy bien a la persona que va a adoptar, no
sólo para proteger al niño, sino también al adulto de una elección
equivocada, porque hay padres que son tan narcisistas que quieren un
niño como un simple atributo más. Es el ejemplo de esos famosos que
tienen hijos adoptivos para que luego se los críe una niñera.
-¿Hay mucho fracaso en las familias adoptivas?
-Aproximadamente un ocho por ciento. Es mucho, porque para estos niños supone un segundo rechazo, una retraumatización.