Para la mayoría de gays y lesbianas la ocultación de uno mismo se convierte en lo cotidiano, en lo natural; se vive en secreto la atracción por el mismo sexo, se reprime el deseo, se frena la ternura, se representan actitudes con las que no hay una verdadera identificación.
Esta ocultación se inicia en la niñez y continua, cuando se ha salido del armario. Existen muchas situaciones en las que resulta difícil, si no imposible, mostrar lo que uno es ( en el trabajo, con los padres, con extraños). Y la opción por la visibilidad no se hace de una vez y para siempre, sino que se decide continuamente acerca de si compensa o no mostrar abiertamente la propia homosexualidad..
Se nos impone el silencio; o bien una sutil tarea de simulación, que nos obliga a ser actores forzosos, y que nos hace perder espontaneidad y la confianza en las relaciones humanas. Moldeamos un estilo de vida con una división interna entre lo que se puede o no expresar, y esto afecta de forma indeleble a nuestra personalidad, enrareciendo incluso las situaciones en las que deseamos mostrar nuestros verdaderos sentimientos. El hábito de desconfianza y de ir embozados termina impidiéndonos ser realmente como somos. Se llega a no saber lo que realmente se siente.
A veces uno se puede mostrar frío, distante; o al contrario, muy obsequioso y atento con el otro. Otras veces se muestra una actitud autosuficiente: en apariencia no se necesita a nadie, las cosan resbalan, o surge un comportamiento cínico y pesimista ante los problemas de los demás; o se expresa uno de forma poco clara o ambigua.
¿Cuánto de nuestra personalidad ha quedado oculto para siempre? El gay, que ha aprendido a “no comunicarse”, para evitar el insulto, debe desaprender esta actitud de incomunicación, y retomar de nuevo la palabra.
Los lugares de socialización gay, son vías de escape para esta situación, pero la marca ya está impuesta: en lo afectivo, en lo sexual, en el cuerpo.
No sólo es cuestión de poder hablar de nuestra homosexualidad, soltar alguna pluma, o poder ligar; es cuestión de poder abrirnos al otro auténticamente y confiar en que no nos dañará, con actitudes o comentarios, por ser uno mismo.
Revertir tantos años de encubrimiento exige esfuerzo. La desconfianza con la que se vive impide durante mucho tiempo un compromiso real con los demás, no facilita ni la verdadera amistad, ni una relación erótica y afectiva profunda con el otro.
La prueba de fuego se dará en la intimidad: en ella descubriremos si somos capaces de expresar nuestros verdaderos deseos, nuestras necesidades, nuestros intereses y sentimientos.
julio de 2001
Zero nº 30
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