Es bastante normal que haya partes del cuerpo que nos gusten y otras que no. Lo que no debe pasarnos es que lo rechacemos globalmente. Que le tengamos aversión y nos sintamos incómodos por ser como somos. Que nos vayamos ocultando de los demás porque nos sentimos horribles, feos, desagradables...
El gusto por nuestro cuerpo se va constituyendo desde pequeños, en relación con los mensajes que recibimos de aceptación o rechazo. Los que nos rodean se encargan de marcar nuestro cuerpo con etiquetas sobre su belleza, su fuerza, su armonía, y lo vamos viviendo como feo o bonito, fuerte o débil, atractivo o repulsivo, normal o no. Independientemente de cómo sea en realidad. Y nos lo creemos de forma duradera.
Muchas personas están heridas por múltiples rechazos, y no recibieron mensajes positivos. El niño o adolescente no querido y que ha sido rechazado por su cuerpo, puede sentirse acomplejado, y puede rehuir a otros, o querer compensar su falta de autoestima con fantasías de grandeza y poder.
El estar acomplejado con el propio cuerpo puede llevar a provocar el rechazo de los otros, por reacciones inconscientes y mensajes corporales, con los que se expresa temor al otro, o inseguridad.
Es probable que muchos gays se empeñen en cultivar su cuerpo y en embellecerlo, por una necesidad desmedida de ser aceptados , queridos, como si quisieran transformar al patito feo que se sintieron de pequeños. Exponiéndose ante los demás como metidos en un escaparate de sí mismos, para que el otro los admire, sintiéndose tras el cristal. Esperando una relación profunda que no llega nunca. No viviendo el sentirse queridos de verdad, sino sólo en la medida que atraen, o seducen.
Este fenómeno se agrava con la edad, cuando los atractivos físicos que se han valorado tanto, van desapareciendo.
Es necesario cambiar un planteamiento de vida que se basa en realidad en una gran desconfianza en los otros, por el de cultivar relaciones más sólidas, amorosas y confiadas. Lo otro es pan para hoy y hambre para mañana.
El cuerpo debe ser fuente de gozo y placer, aunque no sea tan agraciado como nos gustaría. Debe ser integrado en el conjunto de nuestra personalidad, para que al perder parte de su atractivo con la edad, nuestro valor, no decaiga, ante nosotros mismos. Y tampoco sintamos que nos volvemos invisibles.
Hay muchas formas de ser atractivos y debemos descubrirlas. Pero sobre todo debemos valorar el conjunto de nuestra personalidad y de nuestros logros, para tener una buena autoestima durante toda la vida. Y sentir que somos algo más que un cuerpo deseable.
Diciembre 2001
(publicado en Zero 37)
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