Cuando uno decide confiar en un terapeuta y seguir un tratamiento psicológico, está dando un paso importante. Es un camino para sentirse mejor, y para superar determinados conflictos o problemas. Pero tiene sus riesgos si se escoge mal al terapeuta, pues puede dañarnos de muchas maneras.
Hacer psicoterapia es algo cada vez más frecuente. Los motivos son diversos: conflictos en las relaciones, sensaciones de vacío, problemas de carácter. Otras veces es por síntomas de tipo obsesivo o por fobias, o incluso depresión. Algunos la buscan porque no se aclaran con su sexualidad o su identidad.
Y para elegir se apoyan en la indicación de un médico, o en los comentarios de lo bien que le ha ido a algún compañero o amigo. Y eso determina no solo con quién sino incluso el tipo de terapia: conductista, gestalt, humanista, psicodrama, de grupo o psicoanalítica, por citar algunas.
Lo importante es el terapeuta y su actitud hacia nosotros y no tanto el tipo de terapia. Se han realizado estudios en los que se demostró que la eficacia no residía en la técnica, sino en ciertas cualidades del terapeuta. Aunque como psicoanalista confío más en las terapias dinámicas o psicoanalíticas.
Lo primero que hay que saber es que el terapeuta no es homófobo. Y si es necesario preguntarle su opinión sobre la homosexualidad en el primer encuentro. Pues todavía hay muchos que consideran que la homosexualidad es una enfermedad o una desviación de lo normal. Y que si viene un homosexual “egodistónico” (es decir que no se gusta a sí mismo y quiere cambiar su orientación) le van a ayudar a intentar cambiar. Aunque eso no valga para nada, excepto para disminuir la autoestima del paciente y reforzarle su homofobia interiorizada.
A parte de los que están en contra, hay terapeutas no conocen bien la problemática específica de los gays, por que es un tema que no se estudia en las facultades. Por ejemplo las vicisitudes por las que tiene que pasar un gay para aceptarse y desarrollar su identidad. La importancia de la salida del armario. Lo que pesa en su vida el rechazo social, la ocultación, el fingimiento, el haber sido insultado y haber tenido que vivir temiendo ser descubierto…El papel que puede jugar el ambiente y lo importante que puede ser sentirse aceptado por él y adquirir cierta identidad gay o rebelarse ante ella. Los miedos específicos a no tener pareja, a la soledad, a la vejez. O los problemas específicos de los gays casados.
Que el terapeuta sea gay no es garantía de un buen trabajo, pues puede ser mal terapeuta, o tener una homofobia mal trabajada, que le haga ser cómplice inconsciente de determinados rechazos de su paciente de aspectos gays: rechazo a las plumas, o al ambiente en general, o participar de su pesimismo sobre la pareja gay.
A veces un buen terapeuta hetero acompaña mejor por las fases por las que tendrá que pasar el sujeto para aceptarse y vivirse en plenitud como gay, y a la vez solucionar sus otros problemas (quizás mucho más importantes) por los que acudió a consulta y que van a determinar el tratamiento. Su apertura, aceptación y capacidad serán suficiente para un buen tratamiento.
Abril 2006
(publicado en Zero 86)
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