La variedad de prácticas sexuales no sólo tiene que ver con lo que podemos hacer con los genitales, o con posturas que podamos adoptar, o con el número de personas que participen en la relación; podemos erotizar funciones corporales no relacionadas con la sexualidad (orinar, mirar, oler) o partes del cuerpo alejadas de los genitales (pies, cabellos...) o incluso objetos aparentemente ajenos al sexo (ropas, zapatos, dildos). Cuando nuestro deseo se centra en una parte del cuerpo o en una función u objeto, a eso le llamamos fetichismo.
Las prácticas fetichistas implican normalmente que se llegue a una situación placentera, con o sin orgasmo, mediante ciertos rituales o pautas prefijadas. Cada persona tiene un guión de lo que le gusta y en que orden y con que detalles específicos. Me explico: al que le gustan las zapatillas de deporte, quizás le guste que su pareja las lleve puestas en el acto sexual, o quizás chupárselas, o mirarlas, u olerlas después de usadas.
Puede ser que explore variantes o intente probar otras prácticas fetichistas, pero es la suya la que le da verdadero placer. Esto se debe a que la constitución del fetiche es personal y depende de la historia propia.
La práctica fetichista ha estado cargada de connotaciones muy negativas, calificándose de perversión de manera denigratoria y desvalorizadora. Pero es una práctica general, aunque la gente no la suela contar; tanto en la sexualidad gay como la hetero. Pudiendo ir desde un complemento a otras prácticas más comunes (coito, felaciones...), a que se viva como la única vía de obtención de placer, lo que puede llevar a una verdadera obsesión, y a un encasillamiento. En ese caso y si causara problemas personales o de relación, tendría el sujeto que intentar abrir su abanico de posibilidades de obtener placer y explorar otras vías dentro del rico campo de la sexualidad.
No creo que haya que intentar identificarse con prácticas concretas para encuadrarse en un grupo de pertenencia, o como una cuestión de “consumo” impuesta por el circuito gay (por ej. lo leather), sino que deben surgir como un descubrimiento personal, de lo que le “ponga” a uno; y que eso se integre en la vida sexual. Si probarte bañadores te pone a cien, o bañarte con ropa y sentirla mojada, o tocar pelo lacio, o los arneses, pues adelante, mientras se tenga una ética de respeto y cuidado, que lleve a poner límites a aquellas prácticas que puedan implicar dolor o riesgos físicos.
Marzo 2004
(publicado en Zero 62)
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