Algunas parejas tiene como ideal la fusión de sus integrantes en una sola entidad, de tal manera que se comunique todo, que esté todo en común, que no haya ningún secreto. El objetivo es la disolución de uno en el otro, como pudo ser en un primer momento de enamoramiento, en el que ambos vivían al margen de lo que les rodeaba, y se daban satisfacción mutua, sin necesidad de nadie más.
Pero este ideal se vuelve en contra de la pareja, pues favorece el apartamiento de los amigos y la creación de una cárcel dorada. Cárcel que favorece la irritabilidad, la frustración, el aburrimiento y la melancolía. ¿Cómo puedo ofrecer esto a la persona que más quiero?: probablemente por mis inseguridades, por el miedo a perderle, por celos. Sin querer voy a estar socavando la propia estructura de la pareja.
Necesitamos cultivar espacios propios.
Trabajar juntos no es lo más aconsejable para una pareja, pues le lleva a convivir 24 horas al día. Y lleva a una confusión de planos : afectivo, laboral, sexual...
Tampoco es bueno encerrarse y perder a los amigos propios. Tenemos necesidad de conservar relaciones con amigos íntimos, que no sean necesariamente compartidos con el otro integrante de la pareja.
Y tampoco es necesario comunicar toda la vida de uno: pasada, presente y futura. Por un lado porque, por ejemplo, aunque nuestro compañero pueda tener curiosidad sobre nuestros anteriores parejas o contactos sexuales, se le puede crear un malestar innecesario si se entra en detalles que corresponden exclusivamente a nuestra intimidad. La curiosidad puede ser fruto de un deseo de controlar al otro. Como si conociendo su pasado y su presente tuviéramos certeza de poseerle y así no poder perderle. Pero no hay que poseer al otro, hay que amarle. Con todo lo que eso implica de respeto, de tolerancia, de confianza.
La mayoría de las veces las aficiones, los gustos no pueden ser compartidos al cien por cien. ¿Hay que sacrificar lo que no se comparte, para hacer sólo lo que si se comparte?
La pareja debe tener como ideal enriquecer las vidas de sus integrantes, pero no limitarlas y empobrecerlas hasta el hartazgo.
La persona necesita de momentos de soledad creativa, que son necesarios para el mejor conocimiento de uno mismo, que facilitan la posibilidad de integrarse, de reflexionar sobre el sentido de la vida. Y esos momentos que uno necesita para pasear, estar contemplando la naturaleza, o no haciendo nada, pueden, y a veces deben, hacerse en soledad. Una pareja que impidiera a su compañero el hacerlo, por su excesiva dependencia, o por sus temores, llevaría al otro a una situación de verdadero agotamiento. A veces la solución que encuentran algunos es la de provocar una pelea que le permita aislarse. ¿No sería mejor hablarlo y expresar la necesidad de soledad, de vivir experiencias por cuenta propia? Y el que viva mal ese deseo de independencia o autonomía de su pareja, ¿no tendría que ver si el que debe cambiar algo es él?
Tener una vida propia lleva a recrear la relación, a darle respiros, a favorecer el deseo de reencontrarse. Revitaliza esa unión.
Enero 2003
(publicado en Zero 49)
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